por José Ángell Vargas
Existe un pequeño lapso entre lo que fue, lo que es y lo que será. El planeta conoció esas tres fases en un solo día, la Tierra nunca será lo que una vez fue y lo que somos es lo que nos queda para que el tiempo nos abrace tan fuerte que nos haga el favor de nunca soltarnos. El 11 de marzo del 2020, el Covid-19 fue declarado oficialmente como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), luego de los 118.000 casos en 114 países distintos que se presentaban hasta esa fecha. Tres meses más tarde, el número de muertos en el mundo triplica la cantidad de contagiados de esa época y ahora según el mapa mundial del coronavirus son 9.4 millones de personas que han contraído este virus, que de alguna manera nos otorgó una enseñanza.
Mientras las familias preguntaban a gritos un por qué, los cleptómanos que en algún momento llamamos políticos, se hicieron sinónimo. El 24 de mayo de 1981, un grito tenaz fue la despedida de Jaime Roldós Aguilera que dejó a un Ecuador amazónico, al parecer con él también se fue el amor para salvar a una nación, no solo de la economía, ahora poder salvar su propia vida, anhelaría que alguien así nos hubiera guiado en una pandemia que con una mala decisión gubernamental colocó al país como una de las naciones con más casos de infectados a principios de febrero.
Érase una vez una frase que derrumbó la cinta de presidente y llevó a Francisco Robles a un grado literario que aún vive con su cita. “El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor”. Y el pánico de saber si mi familia estaría bien no solo revivió en mí sin saber siquiera que estaba vivo, también creció y desafió el ciclo de la vida al no querer morir después de reproducirse por toda mi mente. Pero, está bien estar asustado, que no es menos quién lo está, lo malo es no querer seguir en donde te encuentras. Aprendí a apreciar momentos que el tiempo convirtió en recuerdos que viven en la memoria, creí amar a mi familia lo suficiente, pero no se compara a como lo hago ahora. Quizás toda mi vida señalé hacia el cielo cuando tuve que hablarle a quien desolló con su partida mi alma, hoy miro más allá de las nubes para saludar a la familia que unos meses atrás me preguntaba si quería más café. No solo me educó en ser positivo en lo malo, en la desgracia para proteger a quién me protegió, crio y amó. Me enseñó que un abrazó puede esperar, que un beso realmente puede ser eterno a la vez que la distancia realmente nos salvaría la vida, cuando hace poco creía que esa misma nos mataría.
Ha pasado más de 100 días desde el anuncio de la OMS, aunque parecieran 100 años, citando a Gabriel García Márquez. “Uno no vive cuando debe sino cuando puede”. La pandemia fue el suceso más grotesco para aprender quién realmente está conmigo y quién no, después de un centenar de días en casa, por fin me siento en mi hogar, con mi familia.
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