Por: Isamar Salas
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La pandemia de la Covid-19 ha apagado la vida de 471.000 seres humanos a nivel mundial. Es por ello que se ha convertido en una pesadilla para miles de personas en el mundo, que han perdido a familiares. De forma paradójica, esta enfermedad logró lo que muchas organizaciones, colectivos y la propia humanidad buscaban: amar la vida, respetar al prójimo, sobre todo a valorar el tiempo y armonía que solo la unión familiar ofrecen.
Desde la existencia humana, los lazos familiares afectivos influyen en la convivencia de una sociedad. Por ello, la familia es considerada una estructura sólida con diferentes reglas y códigos que varían por la diversidad de culturas. En 1994, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció al 15 de mayo como el Día Internacional de la Familia.
Es preciso señalar que en Ecuador la estructura familiar se vio afectada desde la llegada del coronavirus, el pasado 29 de febrero, día que en cadena nacional se confirmó la presencia del virus en el país.
El aislamiento social provocado por la pandemia demostró que lo más importante es la salud y que para la muerte no existen distinciones económicas, sociales, religiosas o ideologías políticas como normalmente se solía pensar. En esas “largas semanas” de confinamiento, “deseábamos un abrazo y verles sonreír a los nuestros seres queridos”.
Para muchos, esas bromas y chistes que se catalogaban como “sin sentido” un valor especial porque recordaban lo feliz que eran con el solo hecho de compartir un momento ameno con familiares y amigos.
Sin duda, la vida en medio de la tormenta ha premiado con salud a unos pocos; sin embargo, para otros no fue así: tuvieron que llorar el desconsuelo de pérdidas irreparables y el sin sabor de no darles el “último adiós”. Las vidas que se han ido de forma inesperada dejaron una lección que es entender que el dinero no compra la salud y que las muchas posesiones no eximen de la muerte. Es algo que ya sabíamos, pero muchos, lo vivieron.
Eso hace reflexionar sobre qué hemos hecho como sociedad para ser mejores personas y cómo se demostraba a los seres queridos el afecto hacia ellos. Es hora de decir abiertamente: te amo y te extraño. Estas son las enseñanzas que se aprenden “al andar” ahora cobra más fuerza la frase: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” de Antonio Machado. Tal como si tratara de un tren que no preguntó quiénes se subirían a bordo, nos embarcamos en él para aprender a adaptarnos a una “nueva normalidad”.
Esta normalidad pondrá a prueba el aprendizaje que se obtuvo durante los meses más críticos de la pandemia, que unió a todo un y permitió que el personal de la salud hiciera su labor en días y noches incansables para salvar las vidas que más se pudieran. Mientras tanto, una comunidad unida en sus hogares realizaban cadenas de oración con la fe intacta de que esta enfermedad pronto se irá. El coronavirus logró un distanciamiento físico que unió en espíritu.
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