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Dinero sin salud, un papel sin valor

Foto del escritor: NTE ExpressNTE Express

Por Daniela Mártin Corozo




Hace aproximadamente ocho meses se detectaban en Wuhan, China, los primeros casos de, hasta ese entonces, un extraño virus que causaba una neumonía atípica y acto seguido, la muerte. El 7 de enero de este sorprendente 2020, se confirmó la existencia de un nuevo coronavirus, hoy conocido mundialmente como Covid-19.


Este singular virus paralizó el mundo, cerró fronteras, vació calles, silenció estadios y emitió un mensaje que desoyeron los gobiernos: priorizar la salud pública, por encima de la economía.

Mientras el mundo exploraba el confinamiento, los organismos económicos mundiales, como el Fondo Monetario Internacional, FMI, Goldman Sachs Bank o la Comisión Económica para América Latina y Caribe, Cepal, veían como esta micropartícula desestimaba las proyecciones de crecimiento económico previstas para este año.


En mayo, América Latina se convirtió en el nuevo epicentro del virus, albergando 2, 22 millones de casos del mundo. El SARS-Cov-2, un coronavirus tipo 2 descendiente del Síndrome Respiratorio Agudo Grave de 2002 SARS-COV. Con las cifras en aumento, las potencias mundiales eran testigo mudo del desborde hospitalario, que no podía descongestionarse por más medicina, riqueza petrolera, monetaria o poder político. Éramos uno solo todos contra el virus. Un virus que no discriminaba, ni raza, sexo o clase social. ¡Nadie podía frenarlo!, entonces nos tocó aprender a priorizar la familia, proteger la salud y agradecer por la vida.

Este último, era un privilegio del que no todos gozaban, porque muchos murieron por el virus o por falta de atención a alguna enfermedad ajena a la pandemia, que ni el dinero pudo resolver. Un claro ejemplo fue el expresidente del Club Sport Emelec, político y empresario Omar Quintana, un hombre solvente económicamente que perdió su batalla contra covid-19.

Por esta razón, comenzamos por relajar nuestro ritmo vida, establecer prioridades y definir reglas de autocontrol, pues el aislamiento trajo consigo el teletrabajo, los estudios en línea, la innovación digital y sobre todo la unión familiar.



En otros casos, cuando la familia estaba unida, escaseaban los alimentos, pues el gobierno ecuatoriano y otros latinoamericanos, optaron por restricciones de movilidad y suspensión de comercios; omitiendo que encapsularnos nos protege del virus, no del hambre.


Aprendimos que la naturaleza nos situó en la realidad que necesitábamos ver. Somos vulnerables, la salud es importante porque, aunque en 10 días China construyó un hospital para frenar el virus, no logró detener su carrera por el mundo. Nuestro planeta, por fin, respiraba de la contaminación social y medioambiental que por años derritió glaciales, extinguió especies, devastó los bosques y emplasticó los mares.

Por lo tanto aprendí, y agradezco haberlo hecho, que el dinero no puede comprar nada importante, la felicidad, la salud ni el amor. Agradezco a Dios de que estos momentos tan difíciles los esté pasando con mi familia, a quien debemos valorar, respetar y sobre todo amar. Nunca faltó comida ni salud porque Dios lo proveyó todo. Por esto, cada noche, sin faltar, agradecemos y pedimos a Dios por los demás, porque nuestra ciudad, nuestro país y el mundo está sufriendo hambre.


Nuestro mundo, tal y como lo conocemos, cambió. Todo aquello que pensábamos era imprescindible ya no lo es. El coronavirus nos está dando lecciones para aprender de esta experiencia y también, nos está dando la oportunidad de ver las cosas desde otra perspectiva. Estamos viviendo una nueva normalidad, donde las fronteras no importan y por primera vez la carrera del mundo ya no es armamentista, hidrocarburífica ni política, es científica, es por la vida, es por la humanidad.

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